¡Me late!

Le pregunté si sabía de alguien que se hubiera sacado el premio mayor; me dijo que no, pero que era común que alguien se lo ganara

¡Me late!

Como cada martes y sábado, Genaro compraba religiosamente su boleto del Melate, siempre en el mismo lugar, en un expendio a la vuelta de su casa. Así ha estado por años, muchos años, y siempre, siempre comprando el mismo número, que eran cifras que tenían que ver con detalles de su vida, como el día que nació alguno de sus hijos, su cumpleaños, el año en que murió su madre, y cosas así. Lo sé porque él me lo contó, pero, obvio, ¡jamás me dijo qué cifras eran! Era su número de la “suerte”, decía, y le era muy fiel. Le tenía mucha fe, a pesar de que nunca había ganado más de tres mil pesos, según confesó.

Lo conocí porque he sido su cliente desde hace mucho tiempo en su negocito de reparación de electrodomésticos, para lo que es una maravilla, ya que, si no le sabía, él siempre encontraba la forma de arreglarte el aparato en tiempo y forma. Además de que no era nada carero a la hora de cobrar. “Pobre, pero derecho, para que vuelvan”, repetía.

Su negocio está ubicado muy cerca del Centro, en una vieja casa que les heredaron sus abuelos a sus padres, y sus padres a él. Lo que sabe de electricidad lo aprendió trabajando desde chamaco con un tío. La casa se estaba cayendo de lo vieja y falta de mantenimiento, y, a pesar de ser de buen tamaño, no podías dar un paso por el lugar, ya que por todos lados estaban regados aparatos que nadie recogió, o que no tenían arreglo, herramientas, piezas sueltas, boletos del Melate arrugados, envases vacíos y así, como suelen ser la mayoría de los negocios de electrodomésticos. Un desorden bien ordenado, como luego dicen.

Un día le pregunté que, si sabía de alguien que se hubiera sacado el premio mayor, y me dijo que no conocía a alguien de por aquí, pero que era común que alguien se lo ganara en algún lugar de México. Decía que él era un hombre de fe, y que le urgía ganar porque ya estaba cansado de trabajar, que ya no veía bien, y que con el paso del tiempo los aparatos electrónicos se habían ido convirtiendo en “desechables” y que el negocio había mermado mucho. Pero la razón principal de querer ganar era que con el dinero quería enmendarse con sus hijos antes de que fuera demasiado tarde, y decía que no había sido un buen padre y que por andar de vago a su familia siempre le había faltado algo de comer, paseos y buenas escuelas. Además, quería con el dinero hacerle un mausoleo a su esposa, sus padres y sus familiares para tenerlos a todos juntos en el Panteón del Carmen. “Algo muy bonito y señorial”, decía… y soñaba con viajar por toda la república y dedicarle tiempo a la contemplación de la naturaleza, sin preocupaciones. Andar por el monte e ir a los juegos de beisbol, y soltaba la risa.

Un día, después de mucho tiempo de no requerir sus servicios, fui a llevarle un par de abanicos descompuestos. Llegué al taller, y estaba cerrado. Toqué y no me abrió. Volví al día siguiente y nada, y al otro día, y nada, hasta que le pregunté a un vecino por él, y me dijo: ¿No sabes lo que le pasó? No. No sé, cuéntame… Pues resulta que don Genaro se puso muy malo de salud y no quiere ver a nadie, ya que una mañana, al ver el periódico, ¡se dio cuenta de que había caído su número con el premio mayor, pero ese era el único sorteo en veinte años en que no había comprado el Melate! Desde entonces está muy malo y no lo consuela nada, me contó la vecina.