La carne

La misa estaba por comenzar, y en el templo de San Pedro y Pablo, de Pueblo Yaqui, no cabía ni un alma más.



Se oficiaría una misa de cuerpo presente por el eterno descanso de una conocida señora de la comunidad que acababa de fallecer.



Las bancas estaban ocupadas principalmente por familiares de la extinta señora; además por cientos de vecinos y amigos.



Las lágrimas de los dolientes y el sudor provocado por el fuerte calor de esa mañana de verano, se mezclaban sin poder evitarlo.



Sólo algunos habían llevado su abanico de mano y otros sacaron sus pañuelos. Las mismas flores con las que adornaron el altar se estaban marchitando.



El cura, que era amigo de la familia, mostraba signos de tristeza al hablar, pero no sé por qué razón decidió dedicar el sermón de ese día a los pecados de la carne: “La carne es débil—aseguró—; nos hace pecar una y otra vez.



Y yo les digo que si vosotros queréis entrar al paraíso, tendremos que ser fuertes para no dejarnos dominar por las tentaciones…sé que es fácil decirlo, pero, de igual manera sé que quienes deciden entregarse a los placeres de la carne terminarán ardiendo en el averno.



Y sé que muchos de los aquí presentes han sucumbido a los pecados de la carne, pero todavía es tiempo de arrepentirse, ya que en el cielo no hay lugar para aquellos que se dejen llevar por la lujuria, ese pecado abominable que tiene corrompido al mundo.



Y luego, todos esos que se aprovechan de la gente a través de la televisión para vanagloriar los deseos del sexo; de la carne; también arderán en el fuego eterno.



El Señor no quiere junto a él a los libidinosos y a los que anteponen los pecados de la carne al sagrado matrimonio. No.



Pero aún es tiempo de decir no a la carne. Los pecados de la carne los condenarán al deseo infinito sin esperanza” insistía el sacerdote hasta el cansancio.



Fue entonces que un niño que estaba junto a una señora, frente a mí, dijo: “Mami, ya ves, y nosotros tanta carnita con papas que comemos”, la señora lo vio y esgrimió una leve sonrisa, llevándose el dedo a la boca en señal de silencio.



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