Glafira, la hija de don Poseidón, iba a cumplir años. Le preguntó el señor: “¿Qué quiere m’hija que le regale?”. Contestó la muchacha: “Un reló”. “¿Un reloj? -se extrañó don Poseidón-. ¿Y pa’ que quiere m’hija un reloj?”. Explicó Glafira: “Es que todas las noches mi novio me dice: ‘Demelora’”. (Incauta joven. Lo que el salaz mancebo le decía no era: “Deme la hora”. Era: “Démelo ahora”). Hubo un concurso de remo por parejas en el lago de la ciudad, y don Cucoldo y su esposa llegaron en último lugar. Le reclamó él: “Pedí que nos inscribieran en el concurso porque una vez me dijiste que en tu juventud fuiste remera”. Replicó la señora: “Oíste mal”. Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. El médico le dijo: “Imposible hacerle la transfusión a su señora suegra. No encontramos sangre de su tipo”. Preguntó Capronio: “¿Probaron con de hiena?”. Pepito, que en ese tiempo tenía 3 añitos, estaba jugando en el jardín con Rosilita, su vecina, de 4. En eso al chiquillo le vino en ganas desahogar una necesidad menor. Sin más se bajó el zipper, se sacó lo que tenía que sacarse e hizo lo que tenía que hacer. “¡Mira! -exclamó Rosilita con admiración-. ¡Qué práctico!”. Don Algón llegó a su casa en el momento en que el plomero terminó el trabajo que en la mañana le había encomendado. Le pagó sus servicios y le dijo: “Tenga esta cantidad adicional para que salga a divertirse con la señora”. Respondió el plomero: “Ya me divertí con ella aquí mismo antes de que usted llegara”. Don Baldino era calvo de solemnidad. Eso lo mortificaba mucho. Indebidamente, digo yo, pues la calvicie confiere un aire de dignidad patricia, como de senador romano, y además es fama que los calvos son más inteligentes y poseen mayor potencia viril que los hombres con pelo, excepción hecha de los canosos. A mis amigos calvos les recomiendo una frase para responder a quienes hagan burla de su calva: “Dios hizo muy pocas cabezas perfectas. Todas las demás las cubrió con pelo”. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Don Baldino, cansado de ser calvo, decidió comprarse un bisoñé. A fin de darle la sorpresa a su mujer llegó a la casa cuando ya la señora dormía. Se acostó junto a ella, la movió un poco para despertarla y le puso una mano en el bisoñé. La señora, adormilada, dijo: “Está bien, compadre. Nomás que sea rapidito, porque ya no tarda en llegar el pelón”. FIN.