La Guerra “necesaria” y el delirio nuclear… de Washington

Irán no persigue activamente el arma nuclear, Washington pinta un cuadro apocalíptico para deleite del complejo militar-industrial

La Guerra “necesaria” y el delirio nuclear… de Washington

La disonancia es total. Mientras las élites de la inteligencia estadounidense sostienen, desde 2007, que Irán no persigue activamente el arma nuclear, la retórica política en Washington pinta un cuadro apocalíptico para deleite del complejo militar-industrial. Apenas en marzo de 2025, la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, lo reiteró ante el Congreso: el Ayatola Jamenei "no ha autorizado el programa de armas nucleares que suspendió en 2003". No obstante, la narrativa oficialista insiste en lo contrario sin evidencia alguna, fabricando un casus belli que resuena con los ecos más oscuros del pasado reciente.

La “primera víctima de la guerra”, sentenció Esquilo hace 2,500 años, es la verdad. Así fue con las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak, pretexto que desató las guerras post-11S, cuyo coste agregado, según el proyecto “Costs of War” de la Universidad de Brown, supera los 8 billones de dólares y cientos de miles de vidas. Así fue con el incidente del Golfo de Tonkín, un montaje que arrastró a Estados Unidos al lodazal de Vietnam, desenmascarado años después con la desclasificación de documentos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Y así fue, en los orígenes de la cultura militarista, con la misteriosa explosión del USS Maine en 1898, pretexto para la Guerra Hispanoamericana.

La tragedia actual se agudiza al recordar que la diplomacia ya había triunfado. El Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) de 2015, suscrito por Irán y las potencias del P5+1, no era un simple pacto, sino un modelo de la diplomacia multilateral. A través de un régimen de inspecciones sin precedentes bajo la supervisión del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), se neutralizó la capacidad nuclear iraní a cambio de su reinserción económica. Las hostilidades israelíes y la ruptura unilateral de Washington no sólo resucitaron el conflicto, sino que dinamitaron la credibilidad estadounidense para cualquier negociación futura.

Esta contradicción se vuelve esquizofrenia al observar el mapa de las alianzas de Washington. Se invoca la lucha por la democracia y los derechos humanos para justificar la hostilidad hacia Irán, mientras se mantiene una alianza con Arabia Saudita, cuna de 15 de los 19 terroristas del 11-S y cuyo régimen ordenó el desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi, residente estadounidense y columnista del Washington Post. De igual modo, Pakistán, durante décadas un aliado clave en la "guerra contra el terror" y receptor de miles de millones de dólares, jugaba un doble papel, amparando a las mismas facciones que combatían las tropas de la OTAN. Esta realpolitik pulveriza la retórica oficial, mostrando que los principios son desechables ante los imperativos geopolíticos.

La ironía suprema reside en los resultados de las intervenciones militares estadounidenses. Tras décadas de sangre y fuego, los regímenes combatidos o sus herederos ideológicos persisten, a menudo fortalecidos. Vietnam, unificado bajo el Partido Comunista, es hoy un exitoso socio comercial de Occidente. Corea del Norte, una dinastía totalitaria, sigue desafiando al mundo siete décadas después de un armisticio que nunca se convirtió en paz plena. En Afganistán, tras veinte años de ocupación, los talibanes gobiernan de nuevo. Y en Cuba, el Partido Comunista sobrevive a una invasión fallida y al embargo económico más largo de la historia moderna. El poder hegemónico frecuentemente siembra las semillas de sus propios reveses.

Para descifrar esta lógica de guerras perpetuas, hay que examinar su motor económico. La industria bélica no es un mero proveedor del Estado; es un leviatán con poder propio que requiere de fricciones geopolíticas para subsistir. Donald Trump, que logró ser reelecto con una plataforma que prometía no más guerras, elevó monstruosamente el gasto militar por encima del billón de dólares, superando a los siguientes diez países combinados —incluyendo a todas las potencias nucleares—. Además, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), EE.UU. acapara el 42% del mercado mundial de exportación de armas. Es una economía militarizada que necesita, para existir, la perspectiva del conflicto.

Desde Pekín o Moscú, el tablero se ve radicalmente distinto. Un líder iraní, por más fanático que se le pinte, no representa una amenaza mayor que la de una potencia nuclear como Israel, cuyo premier enfrenta una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. O la del único poder que ha lanzado dos bombas atómicas contra poblaciones civiles y que hoy mantiene cerca de 800 bases militares en más de 80 países. Si de peligros nucleares se trata, el análisis no puede ser tan convenientemente selectivo.

La asimetría es grotesca. El presupuesto militar de Irán apenas roza el 1.7% del estadounidense. Además, los activos bélicos norteamericanos son miles de veces superiores: más de 3,700 ojivas nucleares, más de 200 satélites militares, portaviones y submarinos nucleares, armas hipersónicas y mucho más. Israel, con menos de diez millones de habitantes, es el mayor exportador de armas per cápita del planeta.

Ante tal desproporción, la lógica de la disuasión —la destrucción mutua asegurada que contuvo a la URSS— aplica con una fuerza infinitamente mayor a Irán. Una cosa es la bravata teológica de un ayatola que clama por la "destrucción del Estado judío" y otra, muy distinta, el cálculo estratégico que le impide buscar el suicidio de su nación. Confundir ambas es, precisamente, el primer paso en el conocido camino hacia las agresiones y las guerras innecesarias.

El Dr. Castro fue consejero externo para el Gobierno Mexicano y presidente de la comisión de asuntos fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucson, Arizona.

rikkcs@gmail.com