Noche de brujas

Era la noche del 31 de octubre, la noche de Halloween, y como era nuestra costumbre nos disfrazamos para salir a pedir dulces. Los dulces era lo menos importante, la idea era divertirnos un rato y hacer una que otra travesura.

Esa noche recuerdo que a alguien de la bolita se le ocurrió que fuéramos para el lado del Túnel, que ahí había unos callejones muy oscuros y que ahí podríamos sentir mucho miedo, pues se decía que por ese lugar rondaba un alma en pena que solía aterrar a quien tuviera la mala suerte de aparecérsele. Claro, yendo en grupo qué miedo nos iba a dar, así que nos fuimos caminando hasta esa colonia.

Después de dar un recorrido, infructuoso, por cierto, ya que por lo visto no era costumbre de los vecinos de por ahí dar dulces, decidimos regresarnos a nuestras casas. Yo vivía muy cerca de por ahí, así que me separé del grupo y tomé un atajo para llegar lo menos tarde posible a mi casa. Al otro día había clases y algunas tareas que presentar.

El viento corría fresco. Las hojas de los árboles parecían silbar con el paso del aire. La noche era oscura y el silencio me permitió escuchar que alguien me llamó. Volteé y no vi a nadie. Escuché de nuevo el llamado y observé lo que me parecieron un par de ojos. Al acercarme a la voz que me llamaba me di cuenta que parado junto a un arbusto estaba un hombre de unos 50 años de edad. Le pregunté que si que se le ofrecía y él me respondió que si qué hacía vestido de diablo. Le dije que sólo era una broma por la noche de brujas. Le aseguré que el diablo sólo era un truco inventado para asustar a los niños. El comenzó a reír a carcajadas mientras encendía un cigarrillo. Con su voz aguardentosa me aseguró que el diablo sí existía, pero que el rey del averno no tenía que trabajar, que él simplemente se sentaba en su trono y que casi todos los hombres del mundo estaban a sus pies para cumplir sus caprichos. Pobre Dios, ese sí tiene que trabajar, y duro, tratando de salvar a las personas de mis garras, aseguró. Pero, cómo ves, yo siempre voy ganando en la carrera entre el bien y el mal, dijo, entre risotadas.

Sus ojos irradiaban una extraña energía y me parecían como un par de remolinos que te parecían jalar. Sentí miedo. Y ese fuerte aroma que emitía me dio nauseas. Siguió hablando y me dijo que había quienes querían tener todo el poder y todo el oro del mundo para dominar a los demás, y lo peor del caso, es que según ellos lo hacía con el visto bueno de Dios y la doble moral. Que había quienes vivían esclavizados a la lujuria con la que estaban poblando el mundo y destruyendo hogares; que la avaricia se había adueñado de los corazones de las personas y la ceguera del ego sólo les permitía pensar en ellos mismo…a mí me extrañaba que este hombre estuviera hablando de esas cosas, pero lo seguí escuchando.

El temblor de mis manos hizo que se me cayera la bolsa de dulces que traía y me agaché a recogerla, al levantar de nuevo la mirada él ya no estaba ahí, sólo un fuerte aroma a azufre y un cigarro prendido. Pensé que todo había sido mi imaginación y salí corriendo del callejón. Desde entonces creo que el diablo sí existe y que está siempre al acecho de quienes se salen del camino. ¿Pero cuál es el camino?

“Todos tienen algo que esconder excepto yo y mi chango” The Beatles.

Jesushuerta3000@hotmail.com