El listón rojo

La revolución sexual le llegó demasiado tarde a Ramón. Qué esperanzas que en el pueblo donde creció se pudiera vivir a plenitud el darle gusto al deseo; al contrario:

si es que te echabas alguna canita al aire tenías que hacerlo lo más discretamente posible si no querías que muy pronto todos anduvieran hablando de ti, más si era algún tipo de relación prohibida, tú sabes, entre gente del mismo sexo o con menores de edad, con casados, parientes, animales y demás situaciones fuera de lo común que la pasión desenfrenada suele provocar.


El pobre de Ramón cuando llegaba a tener una de éetas citas clandestinas no podía quitarse de la cabeza aquel proverbio chino que un día había escuchado: “Si no quieres que se sepa, no lo hagas”. Tales palabras le martillaban la mente de tal manera que se le terminaba enfriando la intimación.


Así pasó mucho tiempo, deseando, sin poder lograr lo que él soñaba: un amor libre y sin prejuicios.


Al llegar a los treinta años, se encontraba solo y sin posibilidades de encontrar un trabajo que le gustara en su pueblo, pero un día llegó a visitarlos un tío que vivía en Tijuana y lo invitó a irse con él. Por supuesto que esta era la oportunidad que tanto esperaba, y sin pensarlo dos veces hizo sus maletas y se marchó de la casa de sus padres.


Al llegar a Tijuana, encontró trabajo de mesero en un elegante restaurante. Por las tardes le quedaba tiempo y entró a la universidad. Estando en la escuela conoció a chicos de muchas partes, y, haciendo un lado sus complejos, enamoró a más de uno y terminaron en algún hotel de paso del centro.


Al poco tiempo, descubrió por qué se le conoce a Tijuana como la capital mundial del vicio y del pecado. Siendo una ciudad grande y con la mayoría de gente foránea, el sexo y todo tipo de placeres eran más abiertos, y sin que nadie dijera nada. Se sentía libre. Tiempo y fuerza le faltaban para darle vuelo a la hilacha.


En ese mar de posibilidades eróticas, Ramón llegó a descubrir que acostarse con quien fuera, amigos, prostitutas, sexoservidores, junkies, y conocidos, no llenaba sus expectativas, al menos en lo que amor se refería, y sentía un vacío en el corazón que había que llenar, por lo que decidió buscar a alguien que en verdad lo quisiera y buscara más que sexo al vapor.


El mismo ambiente en el que se desenvolvía le dificultó un poco las cosas, pero fue en su trabajo, ya como ingeniero civil, en donde conoció a un muchacho que le robó el corazón. No había tiempo que perder y decidieron vivir juntos cuanto antes. Se sentía renovado, pero sobre todo, el haber encontrado un verdadero amor, lo llenaba de alegría. Sus locuras de la juventud quedaron atrás, ahora estaba consagrado a su pareja y al trabajo.


Una mañana de domingo, se despertó y le sonrió a la vida al ver que tenía a su lado al hombre que más quería. Al despertar él se inició una mañana más de romance y de pasión. Cuando estaban en pleno trance amoroso, su compañero se detuvo de pronto al descubrir en el pecho de él, entre sus vellos, un par de manchas rojas que le parecieron grotescas y que al tocarlas le producían dolor.


En un par de días le dieron la noticia: tenía VIH/ SIDA; las erupciones con dolor en la piel y los estudios lo confirmaron.


Ramón ya no quiso saber más de nada ni de nadie. Eran los años ochenta y en ese tiempo no había tratamientos ni medicinas que lo pudieran curar, y se regresó a su pueblo, diciendo que era ahí en donde quería morir. Ahora todos hablaban de él con pena o desprecio, y algunos llevaban un listón rojo en señal de duelo.


“No importa que hayas hecho siempre te querré” Bad Finger



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