Mi amor por la cerveza comenzó una mañana de sábado muy temprano, después de una noche de terror. Lo recuerdo muy bien, y eso que no había cumplido aún los diez años… Habíamos llegado de visita con la Nina, como le decíamos todos, a doña Jesusita Suárez viuda de Molina, en Agua Prieta, Sonora, y como venía toda la familia, a mí me tocó dormir en el cuarto del fondo de la espeluznante, como me parecía, la casa de la Nina, que en realidad era tía. Era una casa oscura, fría, y casi sin ventanas, a pesar de que era un espacio grande. Lo único que se veía era un corredor y un patio totalmente abandonado y unos árboles secos. Todo se veía a blanco y negro. Los techos de lámina crujían como si algún animal anduviera sobre ellos. Había trastos y cachivaches por doquier que hacían casi imposible el caminar sin tropezarse. Las paredes de cuartos y baños estaban cubiertas de moho. El ambiente olía a añejo; había telarañas en cada rincón, y todo tenía capas de polvo sobre polvo, y ahí, en ese lugar, al fondo, estaba el cuarto donde a mí me tocó dormir…solo. Después de una rica cena cocinada en estufa de leña, con frijoles maneados con manteca de puerco, queso fresco, salsa bandera, tortillas de harina y café con leche, a los niños nos mandaron a acostar. Solo había una televisión en la sala, muy lejos de mi cama, eran los inicios de los años setenta. ¡Yo quería dormir con la luz prendida!, pero mi mamá la apagó y en minutos estaba bien dormido. Por la media noche un pleito de gatos me despertó; el techo crujía de nuevo, veía sombras en las paredes y me dio mucho miedo, entonces me metí bajo las cobijas y me acurruqué al extremo de la cama, pegado a la pared. Parecía una pesadilla, pero no, estaba despierto, y me tenía que aguantar, pues ya era me sentía grande yo. De pronto, comenzó a sonar un grupo norteño muy cerca de ahí, muy muy cerca, hasta sentí que la pared vibraba, y, por suerte, las vibraciones de la música me permitieron sentirme acompañado y se me quitó el miedo, hasta que me volví a quedar dormido… A la mañana siguiente, muy temprano, mi tía me dijo,que si la acompañaba a un mandado, y yo, con tal de salir de esa casa cuanto antes, me fui con ella en piyamas. No fuimos muy lejos, fuimos justamente al local que estaba junto a su casa, que era un enorme bar llamado “La Paloma”, que luego supe que era de ella, y entramos… De inmediato me dio un fuerte olor a cigarro, perfume barato, orines y… ¡cerveza! Todas esas aromas me fascinaron. Ese lugar y esos olores fueron una catarsis para mí, después de una noche difícil. Ahí me di cuenta que entre el escenario donde tocaba el grupo y la cama donde yo dormía, solo había una pared que nos separaba. Desde entonces se me quitó el miedo de dormir en esa casa, pues sabía que siempre enseguida habría gente bailando y divirtiéndose. Tres años después, ya en mi casa en Ciudad Obregón, tomé una cerveza del refrigerador, que nunca faltaban, y me fui al patio y me la bebí de un trago. Hice caras y casi no me gustó, pero entre la cerveza y yo había nacido un apasionado romance tres años atrás. Hoy, de mi amor por la cerveza, ya casi no queda nada, solo buenos recuerdos y un vientre abultado. Jesushuerta3000@hotmail.com
Las Plumas
De mi amor por la cerveza…
Inició un sábado por la mañana... ¡Yo quería dormir con la luz prendida!, pero mi mamá la apagó y en minutos estaba bien dormido
Jesús Huerta SuárezFeb. 28, 2023
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