El poder, Lucifer y el feminicidio

La tesis de que el neoliberalismo es la causa del feminicidio está tan equivocada como la que plantea que la actual política de seguridad «va a las causas» de la ola de violencia que asuela al país. Ambas tesis proporcionan una engañosa ilusión de que, eliminando o disminuyendo la libertad de mercado en la economía nacional, el feminicidio disminuirá radicalmente o que repartiendo dinero entre los más pobres y dando alternativas a los y las jóvenes los cárteles de la delincuencia organizada se rendirán.



Importa el diagnóstico porque de su definición pertinente o errada se derivan los instrumentos para terminar con el baño de sangre que a diario enluta a más y más hogares mexicanos. Una política económica de precarización del trabajo, propia de las últimas décadas en México, pero que también está presente en economías antineoliberales, hace más vulnerables especialmente a las mujeres. Tal es el caso de Venezuela, México, la India, Senegal y otros. ¿Pero a qué las hace más vulnerables esa precarización económica? ¿Cuál es la causa de la violencia y crueldad homicidas contra tantas mujeres?



La causa tiene que ver con una relación milenaria de poder y dominación de los hombres sobre las mujeres en casi todas las civilizaciones. Lo que las feministas llamamos «el orden patriarcal». Y con un complejo de costumbres, hábitos y creencias asociadas a este orden. La idea de que las mujeres son posesión de sus hombres (padres, hermanos, parejas), de que existe una superioridad innata de ellos sobre ellas —porque son más fuertes (y lo son), porque son los únicos proveedores (lo eran), porque ellos son los que escriben las leyes y la historia (lo eran)— y que ese orden así debe permanecer.



¿Pero si las dominan o dominaban por qué matarlas? Philip Zimbardo, un sicólogo estadunidense, encontró que en un contexto de dominación casi absoluta en el que la víctima está a merced de su dominador, sucede «el efecto Lucifer». Hombres aparentemente «normales» que jamás habían tenido conductas especialmente violentas, se muestran como crueles y sádicos, no sólo contra mujeres sino contra los vulnerables. Cuando el hogar es ese reino impenetrable a ojos externos, en el que el «hombre es el que lleva los pantalones» o cuando la calle es sólo de ellos, se dan las condiciones propicias para que aflore ese «efecto Lucifer», hasta cometer actos de sevicia y crueldad como de los que somos testigos diariamente y que conducen al feminicidio.



El segundo elemento propiciatorio de esa violencia es la internalización por parte de las mujeres de que ese orden patriarcal es incambiable y de que —mala suerte— les tocó ser mujeres. Por ello, la mayoría de las veces el feminicidio empieza antes del día del crimen, poco a poco, con pequeñas y grandes crueldades, que son muchas veces aceptadas y toleradas por la futura víctima.



Las movilizaciones hacia el 8 y 9 de marzo, con el llamado a #UnDíaSinMujeres, reflejan un cambio fundamental en las condiciones que permiten el feminicidio. No porque haya acabado el neoliberalismo, ¡no!, sino porque millones de mujeres se han contagiado del virus del feminismo. Porque trabajan y son proveedoras, porque han estudiado, porque se han empoderado de muchas formas, porque siguieron, paso a paso, el movimiento del #MeToo, porque son las «jefas del hogar», porque hay ejemplos de mujeres fuertes, porque ahora saben que tienen derecho a una vida libre de violencia.



Falta que ese ánimo liberador de las mujeres, encabezado por jóvenes encolerizadas e impacientes, tenga una recepción adecuada y eficaz en las instituciones del Estado. Por ello es tan equivocada la reacción del Presidente al descalificar las movilizaciones feministas como «golpistas» y «conservadoras». Al igual que parte de su movimiento que dice «no al paro», la ultraderecha ha descalificado la movilización feminista por «abortista». En cambio, la secretaria de Gobernación y destacadas feministas del nuevo gobierno han reaccionado solidariamente; desafortunadamente, su peso e importancia dentro del gobierno ha disminuido.



Bienvenidas todas las mujeres (y los hombres solidarios) a la revolución más profunda de México. Inclusive aquellas que, considerándose feministas o que repudian la violencia feminicida, no concuerdan con el derecho a decidir, es decir, con el aborto legal. Se trata de una cuestión de implicaciones profundas en lo personal, lo religioso y lo filosófico. No siempre se puede coincidir. ¿Que es nueva la  incorporación de muchas mujeres «conservadoras» a estos temas? Mejor aún, más vale tarde que nunca.