Santo Tomás Moro nació en una familia prominente, siendo el único hijo sobreviviente de sir Juan Moro, quien fue un gran respetado abogado y juez, y de Agnes Graunger. Desde muy pequeño, su inteligencia y carácter llamaron la atención de sus mentores. A los trece años, fue recibido en la casa del cardenal Morton, arzobispo de Canterbury, quien, impresionado por su talento, lo envió a Oxford hacia 1492.
Su padre le proporcionó apenas lo necesario para vivir, y esta austeridad lo mantuvo alejado de distracciones, ya que le permitió enfocarse en sus estudios. Pero, su pasión no se limitó solamente al derecho. Moro cultivó un profundo amor por las letras, escribiendo poesía en latín e inglés, y dedicándose a la obra de pensadores como Pico della Mirandola.
ENTRE LA CORTE Y LA FE
Aunque inicialmente contempló la vida religiosa, incluso usando un cilicio como signo de penitencia, Moro finalmente se decidió por el servicio público. Su carrera política fue muy rápida. En 1501, ingresó al Parlamento, donde destacó por su oposición a los impuestos del rey Enrique VII. Su integridad y elocuencia lo llevaron a ocupar cargos de gran influencia, culminando en su nombramiento como Canciller de Inglaterra en octubre de 1529, siendo el primer seglar en ocupar ese puesto.
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Su justicia fue legendaria. Se dice que durante su mandato, no quedaron casos pendientes, un logro que quedó inmortalizado en un popular verso de la época. Pero su mayor prueba estaba por llegar.
EL CONFLICTO CON ENRIQUE VIII
Cuando el rey Enrique VIII decidió romper lazos con la Iglesia Católica para poder divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena, Moro se negó a avalar tal decisión. Fiel al Papa, renunció a su cargo y rechazó jurar lealtad al monarca como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
Acusado de traición en 1535, fue enjuiciado en Westminster Hall. Aunque defendió su inocencia con firmeza, denunciando el perjurio de los testigos, fue condenado. El 6 de julio de ese mismo año, fue ejecutado, convirtiéndose en mártir por su fe.
El Papa León XIII lo beatificó el 29 de diciembre de 1886, y Pío XI lo canonizó en 1935. Hoy en día, Santo Tomás Moro es recordado como un ejemplo de coherencia y rectitud, un hombre que eligió mantenerse fiel a sus ideales y convicciones, incluso frente a las adversidades. Su vida continúa siendo una fuente de inspiración para quienes valoran la fe, la justicia y la integridad por encima de cualquier ambición de poder.