Nunca en mi vida había sentido miedo; digo, miedo de andar en la calle. Porque, temor a una enfermedad, o a la aparición de un fantasma, o a los cobros del agua y de la luz, pues es normal, pero, a andar en la calle, ahora sí me está dando miedo. Y vaya que, a cómo están las cosas, no se necesita hacerle daño a alguien, pertenecer a alguna pandilla, o ser un delincuente consumado para estar expuesto a un acto violento.

Día a día, a lo largo y ancho de nuestro ex tranquilo país, corre la sangre por las calles. La mayoría parece estar asfixiado por la desesperación que la ruina y los desencantos provocan y se sumergen en la rudeza innecesaria. Un simple alto en una esquina puede convertirse en un ring de pelea. Las parejas no parecen soportarse; todo lo de su “amorcito” llega a molestarles, incluso su olor. El mundo es ahora, (quizá lo ha sido siempre, y no me daba cuenta) una nave de locos y tontos. La muerte y sus siniestros ministerios rondan cada vez más cerca de todos nosotros. Las muertes violentas solo están sirviendo para vender periódicos, pero de ahí en fuera todo sigue igual. No escarmentamos; no cambiamos y nadie paga más que los dolientes. Claro que, en este asunto de la violencia, todos tenemos algo que ver. Nadie se libra haber puesto su granito de arena en este infierno que hemos creado. Eso, sin contar la pandemia y los atracos de los políticos, pero todos somos culpables; los padres alcahuetes, los hijos hedonistas, los curas extraviados, los policías de a mentiritas, los periodistas vendidos, los sicarios del revólver, los corruptos, los maestros ignorantes, los pobres olvidados, los artistas torcidos, los escritores de mentiras, los que compran robado, los que le hacen a la venta de sustancias ilegales, los que las compran; en pocas palabras, todos.



Admito que en estos últimos días he sentido una extraña sensación de miedo que antes nunca había sentido. Ni cuando caminaba por algún lugar oscuro de esta y otras muchas ciudades en las que he andado. Quizá sea que mi corazón se está haciendo viejo, y el mundo se está haciendo frío.



Pero, de igual manera, siento que tenemos esperanza. Es cuestión de retomar nuestras vidas. De cambiar nosotros para que el mundo comience a cambiar; de olvidarnos de la cultura de la muerte mientras tengamos como presente la vida. Dejemos la soberbia a un lado y comencemos a vivir para servir; a gozar el sentirnos bien. A dejar de desear tantas cosas materiales que sólo nos hacen evadirnos de nuestra condición sagrada por excelencia.



Algo está mal en el mundo; en mi pueblo; en mi casa. Admito que siento miedo, y sepa usted que este mundo necesita un mucho de paciencia y caridad, si es que queremos que no desaparezca la humanidad.



“Ten cuidado con el corazón, con las alas y con todo lo demás, aquí abajo en este mundo material, te descuidas y te van a destrozar” Alejandra Guzmán.

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